martes, 1 de diciembre de 2015

Pacto Por la Tierra

TIERRA VIVA, DEMOCRACIA EN LA TIERRA:
UN PLANETA, UNA HUMANIDAD

Pacto de los Pueblos para Proteger el Planeta y a Todos los Seres.


Por primera vez en la historia humana no tenemos certeza ni seguridad sobre nuestro futuro común como una especie.  En solo 200 años, en la era de los combustibles fósiles, la humanidad ha provocado a la Tierra un nivel de destrucción suficiente para garantizar su propia extinción. Nuestra única opción es de sanar la Tierra y, al hacerlo, crear esperanza para un futuro posible como especie humana y como parte de la comunidad planetaria.

La Transgresión de los Límites Ecológicos y las Fronteras del Planeta.

Hemos degradado los procesos ecológicos que sustentan la vida en la Tierra y hemos transgredido los límites planetarios. El modelo tecnológico y económico dominante, basado en los combustibles fósiles, no considera la finitud de los recursos naturales y está devastando el planeta, al no considerar la integridad de los ciclos de reproducción de la vida en la tierra. Nuestra especie ha transformado la biosfera, al eliminar el 70% de los pastizales, el 50% de las sabanas, el 45% de los bosques caducifolios templados, y el 27% de los bosques tropicales, todo ello para la agricultura industrial.[1] Hemos destruido bosques para realizar plantaciones de palma aceitera, para cultivar soja y maíz - con la excusa de generar un combustible ‘verde’.
Continuar por este camino directo hacia mayor crisis ecológica, económica y política ha puesto en estado de alerta roja a la humanidad. Las catástrofes climáticas, el hambre, la pobreza, el desempleo, la delincuencia, los conflictos, las guerras, las migraciones forzadas y las ya permanentes crisis de refugiados están arrebatando la tierra, los medios de subsistencia y la vida a la gente. El suelo, la base de nuestro sustento en la Tierra está amenazado.
Los sistemas agroindustriales insostenibles basados en los combustibles fósiles han provocado el abandono de 2 mil millones de hectáreas de tierra (más que toda la superficie actualmente cultivada),[2] también ha erosionado y degradado severamente el 80% de las praderas y unidades productivas de África.[3] La agroindustria no puede ser calificada como una actividad ‘climáticamente inteligente’ – tampoco los OGM, ni la agricultura química basada en combustibles fósiles. De hecho, esta forma de agricultura nos impide mitigar eficazmente la crisis climática, y empeora aún más la crisis.
Desde el año 2000 el mundo ha emitido casi 100 millones de toneladas de carbono a la atmósfera.[4] El ritmo actual del calentamiento global provocará una desertificación a gran escala,  perdida cosechas,  inundación de ciudades costeras,  derretimiento de glaciares y casquetes polares, la migración masiva y extinción generalizada de especies de flora y fauna,  proliferación de enfermedades y, muy probablemente colapso social. Ello, debido a violentos conflictos por la escasez de agua y alimentos, provocada por las emisiones globales de dióxido de carbono y otros gases que provocan el calentamiento del clima.

Los combustibles fósiles dominan nuestras vidas.

El carbón fosilizado en los combustibles fósiles están en el centro de nuestras vidas; en el aire, el agua, los alimentos, los medicamentos, los combustibles y en la agricultura – contaminando y afectando la salud de cada ecosistema, cada especie y cada niño, a través de las emisiones atmosféricas, los plásticos y la destrucción de los procesos ecológicos de la naturaleza, los cuales ya no serán capaces de contener la devastación. Los combustibles fósiles están destruyendo el aire y la atmósfera, y se han transformado en la base de nuestros sistemas de alimentación, energía y transporte. El agua – nuestro bien común – ha sido privatizada y mercantilizada y existen empresas que la revenden a nosotros en envases de plástico, que destruyen aún más las aguas, los océanos y la vida que estos contienen. Nuestros suelos han sido degradados por petroquímicos etiquetados como ‘fertilizantes’ que matan toda forma de vida en la tierra, destruyendo nutrientes que los suelos generarían si no fueran intervenidos. Nuestra dependencia de los combustibles fósiles ha cambiado nuestra forma de pensar, vivir, beber, comer y trabajar, en perjuicio de economías basadas en el uso de la biodiversidad y en el carbono contenido en los ecosistemas naturales. Nuestra adicción al petróleo ha infiltrado nuestra actividad económica y ocasionado guerras, destruyendo las vidas de millones de personas, y desplazando a millones más.

La separación como forma de ver y forma de ser.

Concebir la vida y a nosotros mismos como entes independientes y aislados, y no como parte de un todo, es una característica inherente al  actual paradigma dominante. Existen tres percepciones ilusorias de separación que impiden corregir y transformar la forma de cómo concebimos el suelo y la tierra, la comida y el trabajo, la economía y la democracia. La primera percepción ilusoria es que los seres humanos están separados de la Tierra; la segunda, es que la creación de riqueza en el mercado está separada de la contribución de la naturaleza, de los trabajadores, las mujeres y los antepasados; y la tercera percepción ilusoria es que las acciones están separadas de las consecuencias que generan, y que los derechos están separados de las responsabilidades.

Limitación y privatización de los bienes comunes

Los bienes comunes han sido expropiados a los ciudadanos en nombre de los intereses  del mercado. El acaparamiento de grandes extensiones de tierra para posibilitar las prácticas agroindustriales, como plantaciones de soja para alimentación animal o maíz para biocombustibles, tienen una relación directa con el cambio climático. El uso de la tierra se está modificando sistemáticamente, desde parcelas cultivadas de pequeña escala integradas a bosques que ayudan a mitigar el cambio climático, hacia monocultivos industriales de gran escala, que solo contribuyen al cambio climático y a la migración forzada de campesinos locales.

Una brutal inequidad

A pesar del malestar social y las protestas generalizadas, la desigualdad económica global continúa en aumento. El porcentaje de riqueza que pertenece los ‘súper ricos’ está creciendo[5] , y los 300 individuos más ricos del mundo aumentaron su fortuna en 524 mil millones de dólares el año pasado. Esto es más que el ingreso conjunto de los 29 países más pobres del mundo.[6] La inequidad económica alimenta la violencia. Mientras más desigual es la sociedad, mayor es la tasa de violencia.[7]

Aumento de conflictos, guerras y migraciones forzadas.

A través de todo el mundo, hoy emergen nuevos y violentos conflictos provocados por los impactos ambientales del depredador modelo económico. La Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación, estima que 40% de los conflictos nacionales en los últimos 60 años tuvieron relación con la tierra y los recursos naturales.[8]
Desde la región del Punjab (India) en 1984, hasta lo ocurrido en Siria y Nigeria hoy, crecientemente los conflictos se originan por la destrucción del suelo y las reservas de agua, y la incapacidad de la tierra para proveer el sustento y la identidad  de las comunidades locales. Históricamente, las culturas han sido moldeadas por la tierra, y la diversidad cultural ha co-evolucionado con la diversidad biológica. Pero hoy los conflictos no son analizados en el marco de sus contextos ecológicos, sino que se presentan como conflictos religiosos, solucionables mediante el uso de la violencia y la militarización. Así políticas anti-democráticas y sistemas económicos agresivos generan y sostienen culturas e identidades vulnerables. Millones de personas están siendo expulsados ​​de sus tierras ancestrales, como refugiados ambientales o refugiados de guerra. Dentro de estas culturas e identidades vulnerables, el terrorismo, el extremismo y la xenofobia adquieren una forma virulenta pues se dan asociados al círculo vicioso de la violencia y la exclusión económica, política y cultural. 
La falta de regulación ética y ambiental de las actividades económicas, desata lo peor de la codicia, la irresponsabilidad y la violencia. Por ello la economía basada en el libre comercio se parece cada vez más a la guerra, y cada vez menos a una alternativa para lograr el bienestar de los pueblos.

La Erosión de la Democracia y el Auge de la Política del Miedo y el Odio.

Bajo la influencia empresarial y de corporaciones trasnacionales, los gobiernos actúan cada vez más a favor de los intereses de las empresas y van extinguiendo las democracias ‘del pueblo, por el pueblo y para el pueblo’. El poder político está representando solo al 1% más rico de la población, que conforma la elite económica, y aplastando al 99% restante de la población, y con ello, a la Tierra y todas las demás especies. Nuestro desafío es cómo reorientar el sistema político dominante, para sacarlo fuera del modelo económico extractivista e insustentable.  Nuestros Estados están mutando hacia entidades corporativas, que abandonan a los pueblos y al planeta a sufrir las consecuencias del cambio climático, sin sancionar a las empresas que nos han llevado a esta crisis.
En los países del Sur, esta transformación de los Estados se produjo bajo la égida del ‘Ajuste Estructural’ y la ‘Liberalización del Comercio’, mientras que en Europa se ha expresado como políticas de ‘Austeridad’. Han sido fórmulas para quitarles el poder a los pueblos, dejándolos cada vez más impotentes y sin capacidad para de proteger sus tierras, sus vidas y medios de subsistencia. Se trata de un sistema que genera inseguridad económica y que convierte el “miedo” al “otro” en el principal recurso para conseguir beneficios electorales.
Pensar y actuar como una sola humanidad es ahora un imperativo económico y político para superar las separaciones, divisiones y conflictos que conforman la base del paradigma dominante.

Agricultura Industrial – El Elefante de la Negociación Climática.

No podemos abordar el Cambio Climático, y sus reales consecuencias, sin reconocer el rol central del sistema alimentario industrial y globalizado, que genera más del 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero a través de a la deforestación, la crianza y alimentación industrial de animales (Concentrated Animal Feeding Operations – CAFO), envases plásticos y de aluminio, transporte de larga distancia y desperdicio de alimentos. No podemos resolver el problema del cambio climático sin la agricultura ecológica de pequeña escala, basada en la biodiversidad, en semillas vivas, en suelos vivos y en sistemas alimentarios locales sin largas distancias de transporte y sin envases plásticos. La agricultura ecológica a pequeña escala tiene un rol esencial en el proceso de atenuar, adaptar y aumentar la resiliencia frente los cambios climáticos.

La imposición de la agricultura industrial con alto consumo de combustibles fósiles, a través de la globalización económica y los ‘acuerdos de libre comercio’, es responsable de la mayoría de los actuales daños sociales y ambientales en nuestro planeta.  Esta forma de agricultura basada en la mercantilización de los productos básicos ha ocasionado el 75% de la destrucción de los suelos, el 75% de la destrucción de los recursos hídricos y de la contaminación de nuestros lagos, ríos y océanos. Ha provocado la extinción del 93% de la diversidad de cultivos, a causa del uso de las llamadas ‘semillas mejoradas’, que carecen de nutrientes pero están llenas de toxinas. Simplemente etiquetar algo como ‘mejorado’ no significa que sea mejorado. Al igual que llamar ‘Climáticamente Inteligente’ a la agricultura industrial, no es ni inteligente, ni una estrategia para combatir el Cambio Climático.
La agricultura industrial intensiva también está generando una crisis en la salud de la población mundial, debido a la producción de alimentos tóxicos y nutricionalmente vacíos. En el contexto del paradigma agrícola industrial dominante, mil millones de personas están sufren hambre y más de 2 mil millones padecen enfermedades relacionadas con alimentos inadecuados. Con la pretensión de alimentar al mundo, la agricultura industrial destina enormes extensiones de tierra en cultivos para alimentación animal y para biocombustibles. Pero estamos utilizando combustibles fósiles para producir ambos elementos, en tierra muchas veces usurpada a la gente; fertilizamos con productos derivados también de combustibles fósiles, los envasamos ​​en plásticos derivados de combustibles fósiles, y los transportamos por todo el mundo usando combustibles fósiles, teniendo como resultado la contaminación del planeta y de la gente. Demasiado daño para generar lucro al 1% de la elite económica mundial a costa del perjuicio a toda la humanidad.

Los pobres, que no han contribuido sustancialmente a la crisis climática, son los que sufren la peor parte de las catástrofes climáticas. Cientos de miles de pobres han perdido la vida. Millones pierden sus casas, son erradicados y desplazados, convirtiéndose en refugiados de estas políticas neoliberales. La monopolización de los recursos de la naturaleza y la riqueza por el ‘1%’ de la elite económica, a costa del ‘99%’ de la población mundial, es una violación a los derechos humanos y a los derechos de la madre tierra y, está provocando conflictos, violencia y la deshumanización de la convivencia social.

Agricultura Ecológica – la Alternativa que protege a la Tierra y la Gente.

La agricultura orgánica ecológica y los sistemas alimentarios locales son la respuesta a la crisis alimentaria, de nutrición y de salud; protege el agua y el clima, y permitirá evitar la catástrofe de millones de refugiados climáticos. La única vía para reducir la huella ecológica y mejorar la salud y el bienestar de la humanidad es desarrollar economías alimentarias locales. Estas economías alimentarias locales necesitan producir alimentos locales y ello requiere semillas locales – semillas en manos de los campesinos.

Cada semilla es resultado de miles de años de evolución natural y de siglos de selección y cultivo realizado por las comunidades campesinas. La semilla es la expresión destilada de la inteligencia de la tierra y la inteligencia de las comunidades rurales. Los campesinos siempre han cultivado semillas procurando mantener la diversidad, la resiliencia, el sabor, la nutrición, la salud y la adaptación de las semillas a los ecosistemas agrícolas locales. En tiempos de cambio climático necesitamos la biodiversidad de las variedades cultivadas por los campesinos para poder adaptarnos y evolucionar. Los pequeños agricultores producen 70% de los alimentos a nivel mundial, utilizando solo un 30% de los recursos globales que se invierten en agricultura. La agricultura industrializada en cambio, utiliza el 70% de los recursos para producir sólo 30% de nuestros alimentos, y contaminando la atmosfera con  el 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero. 

La agricultura orgánica absorbe el dióxido de carbono de la atmósfera y mediante la fotosíntesis lo captura nuevamente en el suelo, del cual  es parte. Además esta forma de agricultura, aumenta la capacidad del suelo para retener el agua, lo que contribuye a la resiliencia en épocas de sequía, inundaciones y otros fenómenos climáticos extremos. La agricultura orgánica tiene el potencial de capturar 10 giga-toneladas de dióxido de carbono, lo cual es equivalente a lo que necesitamos reducir, para mantener bajo 350 partes por millón la concentración de carbono en la atmósfera; única vía para evitar el aumento de la temperatura promedio en más de 2 grados. Podemos resolver la brecha de las emisiones hoy, a través de la agricultura ecológica, sin esperar ni dilatar esta urgente tarea para el futuro.
En todo el mundo, los pequeños agricultores y campesinos ya están implementando esta forma de agricultura, preservando y enriqueciendo sus suelos, sus semillas y sus conocimientos tradicionales. Están alimentando a sus comunidades con productos sanos y nutritivos, y al mismo tiempo preservando el planeta. De esta forma, están sembrando las semillas para una democracia alimentaria, un sistema de producción y consumo bajo el control de los agricultores y consumidores, libre de plásticos y de excesivo transporte. 

Un nuevo Pacto con la Tierra y los Pueblos.

Nuestra supervivencia exige hacer un nuevo Pacto con la Tierra y entre los pueblos, en base a una nueva visión de ciudadanía planetaria. Un pacto basado en la reciprocidad, la empatía y el respeto, en dar y recibir, y en repartir equitativamente los recursos del planeta entre todas las especies. Esta nueva visión se inicia percibiendo y apreciando al suelo como una entidad viviente, una ‘Terra Viva’, cuya supervivencia es esencial para la nuestra.

El futuro se cultivará en el suelo y crecerá desde la tierra, y desde el distorsionado mercado global, las finanzas ficticias, el dominio empresarial y el consumismo. Hemos dejado de vernos y sentirnos como parte de la tierra – el eco-centrismo retrocedió frente al antropocentrismo y ahora está cediendo ante la globalización económica basada en la centralidad corporativa empresarial o “corpora-centrismo”. Tenemos que superar esta visión del mundo centrada en las corporaciones empresariales y generar una concepción centrada en la Tierra y la Familia Planetaria. Estemos donde estemos en este planeta, y a pesar de toda nuestra diversidad, el suelo es nuestro fundamento. La Tierra es nuestro hogar. Como ciudadanos de la Tierra, debemos recuperarla de la manipulación y la avaricia empresarial y cuidarla, juntos, en reconocimiento por nuestra común humanidad y común responsabilidad.

Estamos en el umbral de una transición desde el paradigma antropocéntrico – donde prevalecen  como amos y señores, individuos y empresas poderosas, conquistadores y propietarios de la Tierra,- basado en el colonialismo y el industrialismo fósil dependiente, hacia un paradigma de Democracia de la Tierra que reconoce que todos somos miembros de la Comunidad de la Tierra. Como ciudadanos de la Tierra, tenemos la tarea de cuidar a todos los seres, y compartir los bienes de la tierra con todas las personas. Al reemplazar la cultura de la codicia y el círculo vicioso de la violencia que esta ha provocado, podemos empezar a crear círculos virtuosos de no violencia; reemplazar economías negativas de muerte y destrucción por economías vivientes que sustentan nuestras vidas y la vida en la Tierra; transformar políticas y culturas negativas que nos conducen a la aniquilación, hacia democracias vivientes que incluyen participación e integración de todas las formas de vida.

En vísperas de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el mundo entero mira hacia París. Esta histórica reunión debe ser una invitación a todos los pueblos del mundo para sustituir, radical y valientemente, el paradigma de explotación por un paradigma de gratitud y generosidad; el paradigma de la privatización y apropiación de los bienes comunes por un paradigma de defensa de la tierra, el suelo, las semillas, los alimentos, el agua y el aire. La crisis climática, la crisis alimentaria, la crisis del agua están interconectadas, y sus soluciones también están interconectadas. No se pueden ver como temas aislados.

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Pacto de los Pueblos para Proteger al Planeta y a Todos los Seres.

La vida está en juego, la vida de la Tierra y también la nuestra.
Los gobiernos bajo la influencia empresarial pueden fracasar en París – pero nosotros, como ciudadanos, no podemos fracasar.
Como ciudadanos de este hermoso y abundante planeta, hacemos un pacto con la Tierra, para protegerla, cuidarla y retribuir los bienes y regalos que nos brinda, con gratitud y amor.

1. En el suelo vivo se encuentra la prosperidad y la seguridad de la civilización. La destrucción del suelo es la destrucción de la civilización.

 Nuestro futuro es inseparable del futuro de la Tierra. Nos comprometemos a proteger nuestros suelos y la biodiversidad. Nuestros suelos vivientes se convertirán en reservas de agua y sumideros de carbono. La agricultura ecológica y regenerativa se basa en el reciclaje de la materia orgánica, y por tanto en el reciclaje de nutrientes. Vamos a devolver el carbono a la tierra como materia orgánica, con gratitud y responsabilidad, en base a la Ley del Retorno, y de esta forma vamos a contribuir a la mitigación, adaptación y resiliencia frente al cambio climático. Tal como afirmo Sir Albert Howard ‘recibir sin dar representa un robo a la tierra, una forma de delincuencia especialmente cruel, porque implica un robo a las generaciones futuras que no están presentes para poder defenderse”.

2. Nuestras semillas y biodiversidad, nuestros suelos y agua, el aire, la atmósfera y el clima son bienes comunes.

Los bienes esenciales para la vida que nos regala la tierra siempre han sido bienes de propiedad común, e históricamente han existido deberes comunes para su protección y derechos colectivos para su utilización. Nuestras semillas y la biodiversidad son bienes comunes. Su apropiación y  privatización  a través de las patentes conduce la biodiversidad hacia la extinción y a los agricultores a la trampa de la deuda. El suelo es el fundamento mismo de nuestra vida y de nuestro alimento. El Agua es un bien común y no es una mercancía. Sostiene nuestra vida. El aire y la atmósfera son  bienes comúnes que nos entregan aire puro para respirar y permiten a Gaia regular el clima. Contaminar el aire y la atmósfera con gases de efecto invernadero y el comercio de emisiones transables constituye una privatización de este bien común.  No aceptamos la apropiación, ni la privatización de nuestros bienes comunes. Los defenderemos y recuperaremos a través del cuidado, la cooperación y la solidaridad.

3. La Libertad de las Semillas y la Biodiversidad es el Fundamento de la Libertad Alimentaria y de  la Adaptación al Cambio Climático.

Nos comprometemos a defender la libertad de las semillas y la libertad de las diversas especies para evolucionar – con integridad, autonomía y diversidad – y a defender la libertad de las comunidades de todo el mundo, a recuperar y usar las semillas como bienes comunes accesibles a todos. Guardar e intercambiar semillas libremente polinizadas, no genéticamente modificadas, no-patentadas es un derecho inalienable. Los derechos de los agricultores y campesinos no son negociables. Vamos a oponernos y resistir frente a todas las leyes y tecnologías que intenten amenazar la libertad de las semillas, la que está íntimamente vinculada a la libertad de la Madre Tierra, para que las generaciones futuras gocen como nosotros de los dones de la diversidad, la nutrición y la subsistencia. Unidos, lucharemos juntos por nuestras semillas y decimos no a los transgénicos y a las patentes.

4. La Agricultura Industrial Globalizada es uno de los mayores contribuyentes a la crisis climática.

La agricultura Industrial Globalizada es responsable de más de 40% de los gases de efecto invernadero que desestabilizan el clima, debido a la deforestación y el uso de fertilizantes, envases, procesamiento, refrigeración y transporte de larga distancia, todo ello en base combustibles fósiles. Sabiendo que la Agricultura Industrial es una de las causas del cambio climático, no la podemos aceptar como solución a la crisis climática y al hambre. No aceptamos falsas soluciones al cambio climático, como la geo-ingeniería, la agricultura ‘climáticamente inteligente’, las semillas ‘mejoradas’ a través de ingeniería genética o la ‘intensificación sostenible’ de los cultivos.

5. La agricultura ecológica, de pequeña escala, y los sistemas alimentarios locales pueden alimentar a la humanidad y enfriar el planeta.

Nos comprometemos a practicar y proteger la agricultura ecológica de pequeña escala, que produce mayor beneficio en nutrición y salud por cada hectárea y que provee el 70% de los alimentos que comemos, junto con renovar y mejorar nuestros suelos, biodiversidad, fuentes de agua y estabilizar el clima. Vamos a apoyar y crear sistemas alimentarios locales que permiten solucionar la crisis de los alimentos, la nutrición y la salud, como también la crisis climática. La agricultura ecológica-orgánica de pequeña escala y los sistemas alimentarios locales pueden alimentar a todo el mundo y enfriar el planeta.

6. El ‘Libre Comercio’ y la Libertad Empresarial es una amenaza para el planeta y para nuestra libertad.

El concepto de “Libertad” ha sido distorsionado por el “libre comercio”, que ha sustituido la libertad de la gente y la libertad de la vida y de las diversas especias del planeta a evolucionar y desarrollarse libremente, por la libertad de las corporaciones a destruir el planeta y las economías vivientes que sustentan a la gente. La desestabilización ecológica y social del mundo durante las últimas dos décadas es el resultado de la desregulación del comercio, a través de los tratados de ‘libre comercio’ y de las regulaciones establecidas por    la Organización Mundial del Comercio (OMC), diseñados y redactados por empresas, en beneficio de las empresas.

Nos comprometemos a resistir los intentos que pretenden impulsar nuevos acuerdos de “libre comercio”, como el TTIP y el TPP, o acuerdos comerciales regionales y bilaterales basados en los derechos para las empresas y personas jurídicas corporativas que desmantelan los derechos humanos, nuestras democracias y nuestras constituciones. No reconocemos a las empresas como personas. Son solo entidades jurídicas a las que la sociedad concedió permiso para existir dentro de los límites de la responsabilidad social, ecológica y ética; las corporaciones responsables del cambio climático están reguladas por el “Principio  de Quién Contamina Paga”.

7. Las economías locales vivientes protegen a la Tierra, generan empleos y satisfacen nuestras necesidades generando bienestar.

Las economías locales vivientes fundamentadas en la Ley del Retorno y la regeneración del mundo natural y social, nutren toda la vida. Los bienes de la Naturaleza y las personas no pueden ser reducidos a recursos e insumos industriales.  Las economías orientadas a la mantención de la vida y al bienestar de las personas, en vez del lucro empresarial, renuevan y regeneran los recursos y el trabajo para todos en el presente y para las generaciones futuras. No participaremos en los sistemas de producción y consumo insustentables, incluidos la alimentación y la agricultura industrial, que destruyen los procesos ecológicos de la Tierra, sus suelos y la biodiversidad, y que desplazan y desarraigan a millones de personas de sus tierras. En las economías vivientes, no existen desperdicios, y tampoco existen personas desechables.

8. Las democracias vivientes, participativas son el fundamento de la Democracia de la Tierra.
Nos comprometemos a crear democracias vivientes y participativas, y a resistir cualquier intento de atentar contra nuestras democracias por poder o intereses. Nos organizaremos en base a los principios de equidad, inclusión, diversidad y compartiendo el deber de cuidar el planeta y sus habitantes. Nos comprometemos a romper el círculo vicioso de la violencia y la degradación, y a crear círculos virtuosos basados en la no violencia y la regeneración para alcanzar el bienestar de todas las personas y especies. No seremos divididos por el miedo o el odio, sino que permaneceremos unidos como miembros de un solo Planeta y una sola Humanidad. Y, en concordancia con el principio de Gandhi, colectivamente “no cooperaremos”, cuando las normas y las leyes interfieran en leyes superiores basadas en la integridad de la tierra y de nuestra humanidad.

9. Somos miembros de la Comunidad de la Tierra en la cual todas las especies, los pueblos y las culturas tienen un valor intrínseco y derechos a la subsistencia.

Vamos a crear una Democracia de la Tierra, en una Tierra vibrante y abundante – ‘Terra Viva’ – que reconoce el valor intrínseco de todas las especies y personas. Debido a que todas las personas y todas las especies son – por su naturaleza – diversas, esta democracia reconocerá la diversidad no como algo que se tolera, sino como algo que se celebra como condición esencial de nuestra existencia. Y todo ser viviente, incluyendo todos los humanos, tienen el derecho natural a compartir la riqueza de la naturaleza para garantizar su sustento: el suelo, los alimentos, el agua, el espacio ecológico y la libertad evolutiva.
Hacemos un pacto para vivir conscientemente como Ciudadanos de la Tierra, reconociendo que la Comunidad de la Tierra incluye todas las especies y todos los pueblos en su rica y vibrante diversidad. Los derechos de la Madre Tierra y los derechos humanos no son separables y constituyen una continuidad indivisible. La violencia a la tierra y la injusticia hacia la humanidad son partes del mismo proceso. La sustentabilidad ambiental no se puede separar de la justicia, los derechos humanos y la paz.

10. Cultivaremos Huertos de Esperanza en todo lugar.

Vamos a cultivar alimentos orgánicos en nuestros campos, nuestros huertos, nuestros balcones, nuestras terrazas. Vamos a plantar Huertos de Esperanza en todo el mundo como un símbolo concreto de nuestro pacto con la Tierra, para su rejuvenecimiento. Con pasos pequeños de impacto significativo, realizados por millones de personas conscientes de su poder y actuando en armonía, resonancia y unidad, sembraremos las semillas del cambio para una nueva ciudadanía planetaria, cuidando el Planeta y a cada uno de nosotros, a través de economías vivientes y democracias vivientes.

Hemos empezado plantando un Huerto de Esperanza hoy, 9 de noviembre de 2015, en el Jardín Marcotte en París, junto con la red AMAP Ile de France y Cultures en Herbes, como un primer paso concreto para una nueva ciudadanía planetaria.

Seguiremos plantando huertos y jardines de esperanza en todas partes, y sembrando las semillas del cambio que nos llevarán a una nueva Democracia de la Tierra, basada en la justicia, la dignidad, la sustentabilidad y la paz.





[1] FAO, The State of the World’s Land and Water Resources for Food and Agriculture (SOLAW), 2011.
[2] Pimentel D. & Burgess M., Soil Erosion Threatens Food Production, Agriculture 2013 3, 443-463.
[3] FAO, Land and Environmental degradation and desertification in Africa, 1995.
[4] IPCC, Climate Change 2014: Impacts, Adaptation, and Vulnerability, 2014.
[5] OXFAM, Wealth: having it all and wanting more, 2015.
[6] Savio R., Inequality and Democracy, IPS, 2011.
[7] Wilkinson R. & Pickett K., The Spirit Level, The Equality Trust, 2015.
[8] UNCCD, Desertification. The Invisible Frontline, 2014.